sábado, 25 de mayo de 2013

El Libro

¿Qué seria el hombre, sin el libro?
un huérfano, sin alma y sin destino,
un paria avasallado y destruido,
por la simple pereza, del olvido.

No quiera el hombre,
mimetizarse con el volcán impido,
ni acorralarse, en la oscuridad mortuoria,
de un desbordado manantial gredoso.

¡Imprima su voz naciente!,
en el níveo papel desaliñado,
que un roció de palabras milagrosas,
pinte el cuadro, más glorioso de su vida.

Carmen Bambill Bengoechea
27/06/2011
Cipolletti, Rio Negro
Patagonia Argentina

miércoles, 22 de mayo de 2013

Viaje por el túnel del tiempo


“Y allí estaba yo, algunos años después, subiendo los peldaños del antiguo hogar maternal; de mi infancia; de mi niñez y de mi temprana adolescencia, los cuales, antaño eran de granito y ahora alfombrados de verde.
En el descanso, ocho escalones mediante, me espera una puerta de madera con tres vidrios fijos divididos por tabiques y por el cual, en el inicio de mi azarosa juventud, traspasé con mi frente, yacía otra, en cuyo interior estaba la caldera que calentaba la vivienda, y que ahora solo era un pequeño espacio vacío para guardar cosas. Alguna vez mi madre puso allí unos cueros de zorros que nos habían regalado, hasta que el olor nauseabundo hizo que los tirara a la basura.
Al mirar hacia arriba, la segunda parte de la gradería, en forma de ele, unos veinte escalones, también tapizados de verde, terminaba en una plataforma donde alguna vez hubo un postigo de manera que llegaba a la cintura y se cerraba con un pestillo en el otro extremo de la misma. Las dos barandas de bronce reluciente, cilíndricas y con un grosor inusitadamente vasto, me hicieron recordar que formaban parte de una historia inexorablemente perdida.
Apenas subí, pude observar, a la derecha, una oficina que alguna vez fue un consultorio de mi querido padre y una balaustrada que daba a la calle, encontrándome con Silvina, una joven y bella secretaria hija de un antiguo compañero de mi infancia, que me permitió zambullirme en el nostálgico pasado de una infancia feliz.
Al salir del balcón, lo noté igual de hermoso, aunque los arboles de antaño, con unas pepitas claras y pinchudas, habían sido remplazados por otros distintos. Alargué mi mano al vacío y toque una hoja, la cual noté agradablemente aterciopelada.
¡Las cosas que viví con mi hermano mayor y con mis amigos en ese sitio donde chismeábamos a las personas desde aquel atalaya tan privilegiado de nuestra niñez!
Uno de mis episodios más escabrosos ocurrió allí, cuando salivé en la calvicie de un vecino que pasaba por ahí, y que yo acerté en el lugar exacto de su testa, con una precisión milimétrica.
El pobre hombre, de origen hebreo y del este de Europa, subió las escaleras como alma que lleva el diablo, vociferando toda clase de epítetos en una mezcla de castellano e idish y que aún resuenan en mis oídos junto a la reprimenda de mi querido padre.
Me retiré de la estancia con mucha pena, y pasé de la antigua sala de espera, donde los párvulos con sus madres esperaban que mi progenitor los atendiera con la calidez y profesionalismo que lo caracterizaba.
Pero todo aquello había cambiado, pues se fusionaba con el living donde se agasajaba al círculo íntimo familiar, y en cuyo lugar, cándidamente tire al suelo un enorme televisor blanco y negro, ante la atónita mirada de Rosita, una entrañable amiga de toda la vida.
Un tabique herméticamente instalado, lo separaba de una escalinata. Aun así, pude vislumbrar a la piecita del fondo, donde se solían guardar valijas y algunas prendas de valor y que ahora sólo  era un humilde depósito de objetos inanimados.
Retrocedí y entre de lleno en un pasillo que siempre consideré enormemente largo y oscuro, y que ahora sólo  parecía estrechísimo, terminando en el baño principal, que conserva con altivez su antiguo esplendor.
A la derecha la pieza de mis padres y la nuestra ya no están separadas sino que la pared que las divida, desapareció y los amplios ventanales de nuestra habitación siguen estando frente al balcón, donde yo que dormía en la cama mas cercana al pasillo, curioseaba levantando la cabeza de la almohada.

Mis pasos dieron con lo que era la concina comedor, donde una bandera o tragaluz, dejaba colar una haz de luz asombrosamente durante todo el año, y por donde se filtraba la música de Sur Promotora y del cual no quedaba ningún vestigio, como tampoco la cocina donde mamá nos deleitaba con churrascos, papas fritas y ensaladas, y que comíamos con enorme avidez. Lamentablemente aquel sitio se había transformado en un frio depósito de ficheros.
Me impactó lo reducido que me parecía ese lugar ahora.

Por ultimo crucé el umbral que daba al patio y llegué a lo que anteriormente fue una azotea amplia y a cielo abierto, impactándome emocionalmente pues aquello era ahora no mas que un recinto cerrado y reacondicionado para espectáculos teatrales y titiriteros, llenos de sillas, luces y mampostería circense. Del paredón que rodeaba toda la terraza y por el cual nosotros cruzábamos para bajar como gatos hacia la vecindad, ni noticias. Y aquel techo de chapas y columnas que utilizábamos para subir hacia la parte mas elevada de la residencia, fue remplazado por paredes rectas y angulosas que impiden cualquier infiltración del pasado. Observé, en pero, que aun estaba la habitación de la empleada domestica; el lavadero con su lavatorio, y un baño externo donde alguna vez, en un parche de cemento fresco, alguien se inmortalizo con la palabra Corina, y cuya inscripción juzgo que sigue quedando debajo del fino y de la inmaculada pintura que impregna todo el lugar.

Al fondo, en el galponcito donde guardábamos todo el traste viejo sigue allí, renovado y remodelado con especial énfasis. La escena de mi entrañable abuela Celestina llamándonos para mostrarnos los chanchitos de la india recién nacidos, irrumpió en mi mente, como un resorte que deja al descubierto imágenes del pasado que siguen allí, acumuladas en las entrañas mismas de aquella casa de mi niñez y de parte de mi adolescencia.

Saludé a Silvina con un beso de despedida, y baje la escalinata acongojado y nostálgico. Un frío penetrante y bestial inundo mi alma al llegar a la vereda. La vida me volvió a la realidad. Un purrete rubio y gordito casi me pasa por encima, mientras corría animadamente sin detenerse.
Algo en él me hizo recordar mi pasado”.


martes, 21 de mayo de 2013

Los ojos del doctor


“Corría el mes de enero del año 1966 en Cipolletti, Rio Negro, Patagonia Argentina.
Era pleno verano en el Alto Valle del Rio Negro y Neuquen, o Región Comahue, y la actividad frutícola estaba en total apogeo.
En mi casa, ubicada en el centro de la ciudad, reinaba un silencio de siesta y un joven purrete pelirrojo de unos doce años, se entretenía jugando a la guerra con unos soldaditos de plástico, en la terraza posterior del primer piso, donde vivíamos. En el interior, mi padre, medico pediatra muy querido por los vecinos, reposaba plácidamente, en tanto mi madre Carmen y la empleada Filomena se dedicaban a los quehaceres domésticos.
Afuera, a pocos kilómetros de la localidad, en un paraje llamada Cuatro Esquinas, mi hermano mayor de quince años y mi hermano menor de nueve, disfrutaban del placentero clima, en el balneario, junto con otros jóvenes de similares edades. Y yo allí deleitándome con mis soldaditos como un General de in ejercito imaginario, porque la norma era que siempre debía quedar uno de nosotros junto a nuestros padres. Y ese día, fue mi turno, quien buscaba en esos juguetes no aburrirme, ya que en esa época solo había televisión en blanco y negro y las horas de transmisión eran muy escasas.
De pronto, a eso de las tres y media de la tarde, sonó el timbre. Fue un sonido fuerte, cruel, inhumano, como si un millón de trenes chocaran entre si, al unísono. Sobresaltado fui a ver quien era. En ese momento, Pocho, medico muy amigo de la familia subía las escaleras con gran resolución. Yo estaba allí parado, esperando junto a Filomena, al final de la misma. Y entonces pude observar perfectamente en sus ojos aquellas imágenes terribles que aun hoy, cuando vienen a mi memoria, me aterran.
Algo malo y tenebroso le había sucedido a mi hermano menor. Y supe distinguirlo todo, tal como una película de terror. Vi como el impetuoso Rio Neuquen lo arrastraba y tragaba sin piedad, ante la mirada atónita de los presentes, quienes no atinaron a hacer nada para evitarlo.
Y yo lo percibí en  esos ojos profundos y lastimeros del buen doctor, mientras subía las escaleras con mucha agitación.
Me espanté y salí corriendo con el fin de resguardarme en el fondo de la azotea, donde permanecí largo rato, sollozando, hasta que alguien fue a buscarme, en medio de los desgarradores llantos de mis progenitores.
Jamás volví a experimentar algo semejante. Pero ese día, 11 de enero del ’66, un día apacible de verano sureño y patagónico, nuestras vidas cambiaron radicalmente para siempre”.


Casa Mutada


“Era una casa hermosa, de dos plantas y un enorme patio con un quincho en el fondo y una pileta de color azul marino, rodada de rosales t azucenas, la construyeron grande, fuerte y funcional.
El constructor que trabajo en ella, puso toda su fuerza, tal vez porque entendió lo que el dueño quería plasmar.
Cuando se terminó, hicieron una gran fiesta, como pocas se habían visto en el pueblo. Sus ladrillos color café, contrastaban con el blanco de sus entornos, presentando en el frente un portón eléctrico de los primeros que hubo en la región.
Fue un éxito, la llamaron La casa del Doctor.
Luego vinieron los hijos y los nietos, las fiestas de Fin de Año, los cumpleaños, e incluso algún Compromiso de Matrimonio y la celebración de un titulo Universitario.
La casa seguía allí, , tan altiva y orgullosa como siempre, resistiendo los mas fuertes embates de la vida y del inexorable paso del tiempo, entonces ocurrió lo inevitable,  sueño de ése sueño, dejó la vida.
Era un buen hombre, como la casa misma, se fue de la mano de su amada esposa, de su compañera inseparable, de la mujer que lo acompañó más de la mitad de un siglo y que siempre estuvo junto a él, en las buenas y en las malas, en la adversidad y en la felicidad.
Ella lo acompañó hasta las puertas de la misma Eternidad, fue un acto de amor que solo les cabe a los elegidos.
Después la casa pareció  cambiar de color, de forma, de ánimo, faltaba el espíritu generoso y pensante de su dueño. Todos lo notaron, nada decían, pero lo percibían, ya no era la misma, había un halo de tristeza que cubría las entrañas mismas de la edificación y se impregnaba un todo aquello que se acercara a ella, el bullicio de los niños ya no se oía, al igual que el de los animales domésticos, la pileta del patio se había evaporado, como también la niña que se crio junto a sus padres, hasta las plantas del quincho de atrás, las fiestas de antaño ya no fueron las mismas, hasta las plantas parecían  tener otro un color, otro olor, otro comportamiento.
Ahora, cuando uno llega a ese lugar, todo es distinto, la casa esta dividida, es otra, a cambiado, al igual que la gente que ahora la habita.
En algún lugar del Universo, un hombre alto, fuerte, elegante y bueno abada de inaugurar una nueva casa y espera la llegada de su amada esposa”.